El último día del Open Británico de 1999, Jean Van de Velde estaba en el tee del último hoyo de Carnoustie como líder del torneo disfrutando de una aparentemente inexpugnable ventaja de tres golpes y le quedaban sólo 445 metros por delante para lograr el máximo honor de coronarse campeón. Durante los tres días anteriores, el jugador francés ejecutó un golf impecable y parecía tener totalmente controlado su juego.
Parecía indudable que iba a convertirse en el primer jugador francés en ganar el torneo desde 1907, año en que se impuso su compatriota Arnaud Massy. Van de Velde había hecho un solo doble bogey en los primeros 54 hoyos del campeonato y se había anotado birdies en el hoyo 18 en la segunda y tercera ronda. Luego, con su nombre ya grabado en la Jarra de Clarete (el famoso trofeo del Open Británico), el jugador francés, incomprensiblemente, se hizo el harakiri. Después de un drive mediocre, el consenso general indicaba que lo mejor era quedarse corto en la temible ría Barry Burn. Desde allí habría requerido sólo un golpe relativamente fácil seguido por el lujo de hasta tres putts para lograr la victoria en el torneo más importante del mundo. Sin embargo, los dioses del golf decretaron otra cosa.
A pesar del mediocre drive, Van de Velde decidió que tenía un razonable lie en el rough y que un hierro 2 sería suficiente para alcanzar el green. “Yo tenía sólo 170 yardas para pasar el agua, lo cual no era mucho”, explicó luego, y añadió: “La bola estaba tan bien asentada que cogí mi hierro 2, pero no pegué un buen golpe”. ¡Y tanto! La bola del jugador francés golpeó la tribuna que había a la derecha del green, voló hacia atrás y luego golpeó en las rocas que resguardan el Barry Burn antes de pararse definitivamente en el crecido rough junto al agua. Explicando su complicada situación en ese momento, Jean dijo: “Yo no podía ir hacia atrás, no creo que podría haber hecho nada. Lo único que podía hacer era golpear fuerte. Obviamente, no pegué lo bastante fuerte”. La bola acabó zambullida en el agua.
El lamentable estado de cosas que se estaba desarrollando ante los incrédulos y silentes espectadores se convirtió en farsa cuando Van de Velde se quitó los zapatos y calcetines y tanteó cautelosamente el agua. Por un momento parecía que había perdido el juicio, pero algo parecido a la cordura prevaleció, así que cambió de idea y optó por dropar. Un pitch y un putt le habrían dado todavía la victoria, pero los dioses no estaban dispuestos a ceder. El golpe con el wedge se le quedó cortó y tras un escueto vuelo terminó en el búnker frontal del green. Mientras tanto, su pareja de juego, Craig Parry, que había sido víctima de su propia ración de infortunio en la ronda, asistía a la escena con total incredulidad. “Yo estaba sufriendo realmente por Jean”, dijo el australiano. “Le he visto tirar el torneo por la borda después de haber jugado excelentemente durante 71 hoyos. Lo sentí por él”, añadió. El dramático final concluyó cuando Van de Velde embocó para triple bogey (7 golpes), lo que le llevó a disputar un play-off contra Justin Leonard y Paul Lawrie, y fue este último quien finalmente ganó el título en el desempate. La configuración del campo de golf fue objeto de severas críticas durante la semana. Davis Love comentó con acidez: “¡El Open tiene el campeón que se merece!”.
Cuando hubo pasado el mal trago, Van de Velde fue acribillado a preguntas por los periodistas, algunos de los cuales no acababan de creer lo que sus ojos acababan de ver. En el bombardeo de preguntas, algunas de las cuales insinuando incluso problemas de locura, Jean manejó la situación con un maravilloso sentido del humor, junto con un considerable grado de autocensura. El golfista que había sido el personaje principal en el drama inolvidable llevó la cuestión a una conclusión cuando comentó lo siguiente: “Tal vez era pedir demasiado de mí, pero la bola se encontraba en una buena posición. ¿Me perdonarán si la próxima vez uso un wedge?”. El único problema es que era muy poco probable que hubiese una próxima vez.
Nacido en mayo de 1966 en Mont de Marsan, Jean Van de Velde representó a su país en todos los niveles del golf amateur y se hizo profesional a los 21 años con un impresionante handicap plus 2. Al año siguiente obtuvo en la Escuela de Cualificación la tarjeta del Tour Europeo, y tuvo que esperar cinco años antes de experimentar su primer triunfo en el Circuito, cuando ganó el Masters en Roma de 1993 en un play-off. Aquella victoria, sin embargo, no fue el inicio de una racha de triunfos, sino todo lo contrario. Entre aquel entonces y la infame debacle en Carnoustie, sus mejores resultados fueron tres segundos puestos. Su segunda plaza en el Open Británico le hizo ascender hasta la decimotercera plaza del Orden del Mérito del Tour y le hizo un hueco en el equipo de la Ryder Cup que jugaría en Brookline. Pero a partir de entonces se iniciaría un viaje cuesta abajo, que se agravó cuando se lesionó una rodilla mientras esquiaba y tuvo que someterse a dos intervenciones quirúrgicas, y finalmente perdió su tarjeta en 2004. Al año siguiente recuperó sus privilegios en el Tour al acabar segundo en el Open de Francia, que disputó al ser invitado por el patrocinador, y volvió a saborear las mieles del triunfo en 2006 cuando protagonizó una emotiva victoria en el Open de Madeira. Pero volvió el declive y Van de Velde cayó hasta el puesto 107 en el Orden del Mérito en 2007 y perdió su tarjeta de nuevo en 2008 cuando terminó la temporada por debajo de la plaza 120 del ranking del Tour Europeo.
Desde aquel fatídico domingo en Carnoustie, Van de Velde, de 52 años, ha viajado mucho y vivido en Francia, Dubai y Hong Kong. En la actualidad tiene fijada su residencia en Andalucía, muy cerca del Real Club Valderrama.