No sé exactamente por qué pero hacía años que no jugaba en el Real Club de Golf de Sotogrande, uno de los campos clásicos de Andalucía, una de las joyas de la corona del golf español junto con Valderrama, El Saler y algún otro.
La primera impresión de este campo es que no hay dos hoyos iguales. Es un recorrido en el que es imposible aburrirse porque, además, la primera y la segunda vueltas son totalmente diferentes en cuanto a paisaje y trazado del terreno. Es como si tuviese una doble personalidad.
Los nueve primeros hoyos son más enrevesados, más estrechos y en medio de un gran bosque de alcornoques, mientras que los nueve siguientes son más de estilo americano, especialmente desde el 12, con mucha más agua y abundancia de palmeras.
Se tiene la sensación de estar jugando dos campos distintos. Es, sobre todo, un recorrido muy justo. Si se juega bien, seguro que se logra un buen resultado, y si por el contrario no se tiene un buen día es muy difícil forrarse. Siempre se va a salir de aquí con buen sabor de boca y un cierto grado de satisfacción. Por supuesto, con el deseo de volver.
En este campo, más que en otros, es fundamental el putt, porque aunque los greenes no sean muy movidos, como es ahora tendencia, tienen leves caídas que hay que saber leer. No es difícil hacer dos putts, pero tampoco tres si se pierde la concentración.
También aquí el juego corto es esencial, entre otras cosas porque los greenes no son muy grandes, y el juego desde el tee no ofrece excesivas complicaciones.
Este campo, abierto en 1964, fue diseñado por el mítico arquitecto norteamericano Robert Trent Jones basándose en unas pautas muy diferentes de las actuales. Joseph Mac Micking, el creador de Sotogrande, le dijo: “Haz el campo donde quieras y como quieras, que luego yo pondré la urbanización”.
La libertad con la que contó Trent Jones no es ya habitual. Las viviendas se integraron después sin entrar en juego, y lejos de incordiar mejoran el paisaje porque, además de ser de gran nivel, sus jardines abiertos al campo de golf proporcionan una sensación de mayor amplitud en las calles.
Éste fue el primer campo que hizo en Europa el diseñador estadounidense. Luego vendrían Las Brisas, Valderrama, La Duquesa y otros. “Yo creo”, señala el director del RCG de Sotogrande, Rafael García Buitrago, “que este campo es una auténtica obra de arte”.
El club cuenta con 1.445 socios, a los que hay que sumar familiares directos –cónyuges e hijos–, hasta llegar a la cifra de unos 2.800. A pesar de esto, como la mayoría no residen en Sotogrande, el campo cuenta con la posibilidad de 48 jugadores de green fee, esto es, 12 salidas al día, (en agosto un poco menos) y bastante flexibilidad de horario.
Aquí se juega con un ritmo ‘rápido’, no más de cuatro horas y cuarto por partido, que debería ser lo normal en cualquier sitio. Éste es un compromiso que adquiere todo jugador antes de salir al campo, que además se puede y ‘debe’ caminar. No es lo mismo jugarlo en buggy.
En 2004 se hizo un ligero alargamiento del recorrido, sobre todo desde barras blancas y azules, porque quedaba por su antigüedad un pelín corto para los materiales actuales de juego.
Ahora, con 6.300 metros, podría decirse que el campo se ha actualizado. Aunque en esto de las distancias el clima de Sotogrande influye muchísimo. Es fácil encontrarse de un día para otro dos campos diferentes, sobre todo por los vientos predominantes de la zona: el Levante hace la primera vuelta más llevadera y complica la segunda. El Poniente, al revés.
En esta ocasión tuve la suerte de hacer la ronda con el joven y eficiente director del club, que, además de ser un magnífico jugador, de esos que te intimidan, tiene la ventaja de conocerse el campo al dedillo.
El día que visité Sotogrande era realmente magnífico, de los que incitan a jugar al golf y te hacen sufrir si no puedes hacerlo, teniendo sobre todo un campo como éste cerca.
El hoyo 1, par 4 de 347 metros desde amarillas (a partir de ahora la referencia será siempre la de los tees amateurs), fue uno de los alargados en 2004, unos 15 o 20 metros, lo que ahora permite jugar el drive con ganas.
Hay agua a la derecha, que con Levante y abriendo la bola puede ser un peligro, y dos bunkers a la izquierda, y también en esa zona hay un pinar a la caída del drive, que cerrando puede complicar un poquito el hoyo. El segundo tiro, de 130 a 140 metros, a un green grande y con ligeras caídas, no es complicado.
El 2, par 5 de 454 metros, precioso, fue modificado un poquito hace un par de años. Se movió la calle ligeramente hacia la izquierda con la idea, entre otras, de ampliar el alcornocal que hay a la derecha (en este campo se plantan unos cien alcornoques casi todos los años para renovar el bosque). Es un hoyo ancho, por la derecha hay mucha calle y por la izquierda se puede intentar pasar los bunkers que hay a la caída de drive. Si no se consigue esto, queda un tiro asequible a un green muy defendido, un poco en alto y con unas caídas considerables.
Si no se coge green, no es que se complique el birdie, es que se complica el par, porque detrás hay un out que puede dejar la bola injugable. Hay que jugar agresivo este hoyo, pero con cabeza. Se puede llegar de dos dándole bien, y si no habrá que hacer un chip complicado porque nunca se tienen los pies al nivel de la bola en un semirough que dificulta el control del tiro a un green muy vivo e inclinado.
El 3, de 389 metros, ofrece al menos dos alternativas de juego: salir con una madera corta o un hierro al centro de calle y luego pegar un wedge a un green muy defendido y complicado, o hacer una salida con driver o madera 3, cerrando un poco, para que quede casi un chip. Lo que ocurre es que este green está rodeado de bunkers y eso lo complica. Puede ser un hoyo de birdie si se está fino.
El 4, un par 3 de 175 metros, handicap uno del campo, te obliga a jugarlo perfecto porque si no el bogey está garantizado. Con una calle cuesta arriba, hay que coger green y, aun haciéndolo, dos putts no son fáciles.
En el 5, par 4 de 307 metros, hay que jugar madera o hierro porque pegando el driver quedará un segundo tiro a green cuesta abajo y en semirough. Antes del green, que está en alto, hay una hondonada, por lo que, dejando la bola antes de ésta habrá un tiro más plano. Aquí influyen mucho los vientos y además es un golpe cruzado.
La primera parte del green es muy cuesta arriba, por lo que si la tocas bien y hace efecto de retroceso te vas hasta abajo del todo. Por tanto, el segundo golpe es fundamental. Si fallas por la derecha queda un approach casi ciego, y si lo haces por la izquierda hay un bunker y estás obligado a parar la bola casi en seco con un chip.
El 6, par 5 de 449 metros, es un hoyo de recuperación. Con un drive correcto, por la derecha, rozando el rough, queda un segundo tiro accesible y relativamente corto a green.
Al hacer la calle dog-leg a la derecha, si se cierra un poco la bola ya queda un par 5 ‘auténtico’ complicando muchísimo llegar de dos.
El 7, par 4 de 330 metros, cambia totalmente si se juega desde blancas o amarillas. Desde el tee de profesionales (382 metros), la calle es un espectáculo, porque es un auténtico tubo.
Es un hoyo en bajada, con dog-leg a la izquierda. El segundo golpe casi siempre va a ser con los pies más bajos que la bola. Además hay dos bunkers a la caída del drive, que si caes en ellos el segundo golpe se convierte en infernal. El green es muy estrecho, defendido a la izquierda por bunkers y alcornoques y por un lago en la derecha, hacia donde está inclinado. Está catalogado este hoyo como uno de los mejores del mundo en esos rankings que hay para todo.
El 8, de 177 metros, es otro par 3 duro aunque quizá el hoyo más anodino del campo. Cuesta arriba, obliga a pegar un hierro largo o una madera con toda el alma para llegar. Si se falla green, es difícil hacer el par porque éste es infernal: en cuesta y con unas posiciones de bandera complicadas siempre.
El 9, un par 4 de 317 metros, tiene un drive interesante porque si se falla complica mucho el hoyo, pero si se pega por su sitio la calle se va ampliando en esa zona y deja la bola a unos 70 u 80 metros de un green no muy complicado. Puede ser un hoyo de birdie.
El 10, par 4 de 379 metros, es otro de los difíciles del Real Club de Golf de Sotogrande (handicap 2). Hace un dog-leg a la derecha de 90 grados. Hay dos opciones de juego: tirar a calle abriendo la bola un poquito, lo que dejará un segundo golpe de 170 o 180 metros cuesta arriba y hacia un green con una entrada muy pequeña, o intentar volar el alcornocal que hay en el dog-leg y entonces, si se pasa, que no es fácil, quedará un golpe de 80 metros. También en este hoyo los vientos influyen mucho.
Por el contrario, el 11 es un par 4 de recuperación, 302 metros, handicap 18. Es un bonito hoyo con el green en alto al que es factible llegar o aproximarse con viento de Poniente y pegando muy duro.
A partir del hoyo 12 comienza realmente el estilo americano de este campo. Los siguientes tres o cuatro hoyos son un auténtico espectáculo.
El 12, par 5 de 504 metros, cuenta con una calle muy amplia, de casi 60 metros, y otros treinta de margen hasta un precioso lago. No es fácil irse al agua de salida, pero puede suceder.
Intentar entrar de dos en green por muy pegador que se sea es arriesgado porque hay agua delante y el green es muy corto, aunque sin complicaciones.
El 13, par 3 de 166 metros, engaña a primera vista. Con viento en contra se pasa mal porque hay agua por todas partes y eso influye sicológicamente. Hay que pegar duro y muy recto. El green no tiene muchas caídas.
El 14 es otro par 5, de 438 metros, que también se puede considerar de recuperación. En medio de la calle hay un gran lago, por lo que es difícil intentar llegar de dos, y sobrevolarlo es casi un milagro que sólo pueden lograr los grandes pegadores. El green vuelve a estar en alto, por lo que siempre el tiro a él será uno o dos palos más.
El 15 es un par 4 duro, de 383 metros. Con Levante se hace interminable. La calle es ancha pero con out a los dos lados de la caída de drive. Con un buen golpe de salida, el segundo tiro será de unos 170 metros a un green muy pequeño y plano, pero muy duro. Parar la bola aquí es complicado.
El 16, par 4 de 341 metros, es un hoyo recto, con agua a la derecha, pero con una calle amplia por lo que apenas entra en juego. El segundo tiro a green es muy franco pero sin muchas referencias.
El 17 es un par 3 de 142 metros, de estilo muy, muy americano. Con agua delante y detrás del green, que tiene caídas difíciles de leer.
El último hoyo también fue alargado en la reforma que se hizo hace unos años. Es un par 4 de 374 metros que invita a pegarle duro a la bola. El segundo tiro, largo, no cuenta con referencias apenas. El green es rápido y complicado. No es un hoyo espectacular para acabar este campo pero hay que darle fuerte a la bola y muy recto.
Jugar en el Real Club de Golf de Sotogrande es un privilegio y una auténtica gozada. El campo está impecable y en todo momento se tiene esa sensación indefinible de que estás pisando uno de los mejores campos de golf de España. Un clásico al que muy pocos han podido superar o situarse a su nivel.
Pero la nostalgia del juego reciente se acaba cuando llegas al hoyo 19. La casa club es una auténtica delicia y, como no podía ser menos, también aquí hay dos opciones: o quedarse en la cafetería que tiene una soberbia terraza sobre el tee del 1 y el green del 18, o dirigirse al restaurante. Sin duda, uno de los mejores de Sotogrande y posiblemente de la Costa del Sol.
La relación calidad/precio es inmejorable. La cocina, llevada por cocineros vascos con muchos años de residencia en la Costa, y andaluces, logra una fusión espectacular donde predomina el pescado, sin dejar de lado la buena carne, y unos platos de creación muy atrayentes.
El Real Club de Golf de Sotogrande cuenta además con un campo corto que para su director “es como el túnel del viento de la Fórmula 1”. “Tenemos tal variedad de hoyos“, afirma, “que es posible jugar más palos aquí que en el campo largo, porque te encuentras todo tipo de situaciones”.