Todo el mundo del golf esperaba como agua de mayo el regreso a la competición de Tiger Woods tras dieciséis meses alejado de los torneos por culpa de las lesiones. Por fin volvería el espectáculo con mayúsculas, se animaría la afición y los patrocinadores se mostrarían más proclives a invertir dólares a mansalva para hacerse visibles en las grandes competiciones. Pero, por desgracia, la ilusión se desvaneció pronto, demasiado pronto.

Abrió su esperado regreso en diciembre en el Hero World Challenge, donde quedó decimoquinto y firmó una segunda vuelta de 65 golpes, no pasó el corte en su segunda aparición, en el Farmer Insurance de San Diego a finales de enero, y en su tercer torneo, en Dubai Desert Classic a principios de febrero, se retiró tras la primera jornada, de 77 golpes, de nuevo por problemas de espalda. Sus médicos le prescribieron descanso prolongado.

“Esto no es lo que esperaba, estoy extremadamente decepcionado”, declaró Tiger, cuya reaparición dependerá de su evolución física y del resultado de las pruebas médicas a las que pueda someterse.

Su participación en el primer grande de la temporada, el Masters, del 6 al 9 de abril, está prácticamente descartada.

El fututo deportivo Tiger no es, desgraciadamente, nada halagüeño, y así lo han puesto de manifiesto varios de sus colegas, unos de forma más diplomática que otros. En el primer caso estaría el legendario Gary Player, que, al ser preguntado sobre las posibilidades de que Tiger  vuelva a ganar un grande, dijo:  “Espero que lo haga, pero no lo creo. Lo digo con respeto; no creo que ocurra, aunque espero estar equivocado”. Nada diplomático fue Pat Pérez, ganador de dos torneos del PGA Tour. “La conclusión es que sabe que no puede ganarle a nadie”, afirmó refiriéndose al regreso del ex número uno del mundo.  Según el golfista estadounidense de ascendencia mexicana, Tiger ha vuelto a la palestra mediática por intereses comerciales, para mantener su nombre en el candelero y así justificar las grandes cantidades que cobra de las firmas que representa. “Tiene que mantener esos temas relevantes, pero lo más importante es que no sabe que no puede vencer a nadie”, argumentó.

Sobre la posible incomparencia de su colega californiano en el Masters, Pérez señaló en tono apocalíptico que “si no está en Augusta, se acabó”.

Un cuarto de siglo en el Circuito Americano

Quedan muy lejos aquellos tiempos, hace 25 años, en que un jovencísimo Tiger saltaba a la palestra mundial del golf con su debut en el PGA Tour. Corría el 2 de febrero de 1992 cuando un delgado mozalbete de apenas 16 años se presentaba en el Nissan Open de Los Ángeles y firmaba su primera ronda, de 72 golpes, en el mejor circuito profesional del mundo. El amateur Tiger se convertía en el jugador más joven en disputar un torneo del PGA Tour. El segundo día selló 75 golpes, insuficientes para superar el corte en el Riviera Country Club, en un torneo que ganó Davis Love III.

El Tiger de entonces, un espigado muchacho que pesaba 63 kilos, 20 menos que en la actualidad, tuvo que pedirle permiso al comisario principal del torneo para poder hacer su primera vuelta.

"Fue un momento que cambió mi vida", recuerda 25 años después Tiger en unos momentos no precisamente dulces de su carrera, en la que lleva atesorados 79 títulos, incluidos 14 majors, el segundo que más ha ganado tras Jack Nicklaus, quien acumuló 18.

"Fue un gran aprendizaje para mí", reconoce el ex número uno del mundo. "Me di cuenta de que no era bueno, que tenía un largo camino por delante. A ese nivel, no era competitivo. Tenía nivel junior, no profesional, y los demás eran mucho mejores que yo", recuerda.

Aquella inolvidable experiencia, supervisada en todo momento por su padre, Earl Woods, fue el preludio de lo que vendría después y que acabaría convirtiendo al joven Tiger en uno de los mejores golfistas de todos los tiempos.